Estuve toda la semana pasada mirando la hoja en blanco de mi libreta y mi ordenador y pensando en las ganas que tenía de escribir. Pasaba la mirada por las hojas ya escritas y sentía el placer de verlas llenas, cientos de palabras juntas. Qué gusto. Y me repetía una y otra vez que tenía que escribir, que cada día que pasaba era un día perdido en la relación con la audiencia, y que eso era el principio del final.
Y sentía a la vez un tremendo agobio porque, no es que me falten temas de los que hablar, si no porque el hecho de tener que hacerlo por razones que no son me provoca ansiedad. Así que esta tarde he decidido sentarme a escribir sobre ello, sobre las razones que no son, y repasar lo escrito para entender mejor de dónde viene ese malestar.
¿Qué son las razones que no son?
Por un lado, no voy a negar que estas semanas están siendo un auténtico caos en mi vida. Sé que la Irene de hace tres años se habría hundido en una situación como esta y habría abandonado cualquier proyecto que estuviera fuera de lo conocido y controlado. Sin embargo, la Irene de hoy sigue estando motivada con la vida y sus proyectos, y aunque parece que el universo no deja de mandarme olas en mi contra sigo ahí, remando.
¿Qué ha cambiado?, me preguntaba esta tarde. ¿Por qué estoy remando y no hundiéndome? Y aún más, ¿por qué el remar no se siente como lucha o agotador, si no simplemente circunstancial?
La respuesta a esto y a lo que me llevó a sentarme al principio de la tarde a escribir, las razones que no son, la he encontrado en un lugar donde no sabía que pudiera estar. Y creo que en definitiva viene a contarme un resumen de lo que es mi vida ahora. O, mejor dicho, en lo que se ha convertido mi vida. Y me llevo encontrando con este concepto durante mucho tiempo. Ni más ni menos ayer mismo lo valoraba.
Como decía, precisamente fue ayer cuando tuve una conversación importante sobre mi futuro a medio plazo y unas cuantas decisiones que tengo que tomar en este próximo mes — llegado el momento os actualizaré sobre ello —. Y en medio de esa conversación me topé varias veces con la palabra compromiso. ¿Y qué es el compromiso?, me preguntaba esta tarde. ¿Qué es verdaderamente el compromiso, y de donde tiene que nacer para que responda a la premisa que guía toda mi vida: AMOR-no miedo?
Pensaba en distintos tipos de compromiso que conozco, y no hablo del que seguro que te viene a la mente en cuanto lees esa palabra, que es al que sigue una boda, si no otros tipos de compromiso. Valoraba, por ejemplo, el compromiso de un trabajador con su empresa. Y cómo hay ciertas empresas que impulsan a trabajar por objetivos a cambio de mejoras en la nómina a final de mes. Es decir, que unen productividad a dinero. Yo he estado ahí, en ese tipo de trabajo, y diré que sí, que genera cierto compromiso. Y he visto ese compromiso con la empresa a final de mes llamado precisamente productividad en la nómina. Una productividad ligada muchas veces a la mediocridad, y no usar demasiados recursos de la empresa, otros a usar técnicas de presión —por ejemplo, en ventas—.
Y no sé por qué, no me sentía identificada con ese concepto de compromiso. A fin de cuentas, un compromiso a cambio de dinero no me habla ni me resuena con nada en mi relación conmigo misma.
Absolutamente después, aparecía en mi mente la palabra intención. Y pensaba: ajá, creo que ya voy entendiendo. Porque sí, el concepto intención para mí siempre irá ligado a ir alineada.
Ya iba tomando forma en mi cerebro la idea que iba buscando y que respondía a mi necesidad de entender porque estoy respondiendo así ahora, qué ha cambiado en mí.
De repente me vi frente a un diagrama parecido a este. Literalmente lo escribí así en mi libreta:
VALORES → COMPROMISO → INTENCIÓN ALINEADA → PRODUCTIVIDAD
Y en ese momento ya todo tuvo mucho más sentido. Comprendí por qué mi respuesta a la situación actual es esta. Comprendí por qué mi compromiso está por encima de las olas a contracorriente. Comprendí por qué no me hundo.
Estoy siendo sostenida por mi intención.
La clave para no vivir condicionada
Hace unos tres años me planteé ir a terapia porque sentía que me movía por el mundo condicionada por algo que no sabía qué era. No me sentía libre, nunca, en ninguna de mis decisiones. Cuando una situación se ponía complicada, o cuando sentía culpa, siempre me enfrentaba al hecho de que había llegado a ese punto sin haber sido libre para elegir. Y cuando vi que mi vida era realmente un barco a la deriva porque nunca me molesté en guiar el timón en la dirección a la que yo quería ir, paré en seco y la única solución posible para mí en ese momento fue ir a terapia.
Aún sigo yendo, y estoy feliz y tranquila de decirlo en público, porque es sin ninguna duda la mejor inversión y el mejor regalo que puedo hacerme a mí misma. Y que gracias a eso pude dejar de sentir que no tenía capacidad para decidir y que no era libre.
Esto daría para un podcast. Déjame un comentario si te gustaría que contara más sobre esto.
Básicamente, el proceso para sentirme libre, tomar responsabilidad por mí misma y poder sostenerme en mis decisiones fue así:
Conocí y me explicaron los distintos tipos de emociones.
Aprendí a identificar esas emociones en mí a través de la escritura, la respiración y la conexión con el cuerpo.
Trabajé en convivir con esas emociones, entenderlas, saber qué me cuentan, y no intentar evitarlas (probablemente esta es la parte más difícil y la que creo que será un trabajo de por vida).
Fui mucho más consciente de mis maneras de funcionar, patrones de conducta y reacciones.
Pude ser capaz de tomar responsabilidad de mis actos y decisiones porque podía observar de donde venían.
Me perdoné (y sigo haciéndolo) una y mil veces por reaccionar en vez de actuar con consciencia, y decepcionarme.
Es mucho más fácil sostenerse en los momentos que yo llamo “picos emocionales” —muy muy feliz, muy muy triste, muy muy ansiosa— cuando estoy cerca de mí, observo la emoción y la valido, sin tener que identificarme con ella, y sabiendo que es pasajera.
Y de la misma manera es mucho más sencillo y responsable tomar decisiones desde aquí. Porque puedo comprobar en todo el cuerpo cómo me hace sentir tomar una decisión concreta.
Me sentí libre y no condicionada nunca más. Dejé de vivir en piloto automático.
Sé que esto es un ejercicio diario y para siempre. Y que es muy fácil perderse, eso también. Pero siempre se puede volver. Eso es lo más bonito.
Llegada a ese punto, la vida me invitó de manera natural a replantearme mis valores. Y ahí fue donde comenzó verdaderamente la aventura. Cuando me conecté conmigo, empecé a ver todos esos valores que desde fuera se me habían vendido como imprescindibles y pude ver lo que realmente a mí me importaba. Porque los valores son algo más que el trabajo, la familia, o la salud. ¡De repente me volví una inconformista, yo que había sido la persona más adaptable del planeta tierra!
Cuando me conecté, mis valores se reordenaron automáticamente y el primer lugar pasó a ser para mi bienestar mental y físico. Porque para que lo demás pueda funcionar, yo tengo que estar bien. Y hay tantas cosas que influyen en mi bienestar… Os contaré sobre esto más adelante. De repente tantas cosas que no parecían importantes eran la prioridad.
Y una vez sabiendo esto, pude trabajar en orientar mi intención y mi manera de actuar respetando mis valores. Y poco a poco todo se fue alineando. Y la culpa dejó de tener tanta presencia en mi vida. Porque cuando decido con responsabilidad y alineada a mis valores, el resultado deja de ser tan importante.
Los momentos duros existen, pero, como te decía, sostenerme a mí misma es mucho más fácil cuando tengo claro y sé cuál es la razón por la que hago lo que hago.
Gracias a eso, y a poder llevar prácticas de autocuidado y autorregulación como el journaling, me siento verdaderamente productiva. Porque ser productiva no va ligado a cuanto dinero produzco, ni a cuantas horas de trabajo consigo sacar al final del día. Si no a la libertad con la que vivo y tomo cada una de mis decisiones. A mi presencia en el momento.
Ser una con lo que estoy haciendo.
Así me respondí a mí misma cuando me pregunté por las razones que no son y por las razones que son. Una vez más volví al centro, a mí, y me sentí segura. Estoy haciéndolo lo mejor que puedo, y lo mejor que sé. Y poder mirarme así y compartirlo contigo me da un gusto increíble y me hace sentir una inmensa paz.
Te invito a reflexionar y escribir sobre tus valores. Puedes hacerte preguntas, o incluso hacer un mapa mental para visualizarlo mejor, sobre qué es necesario que esté bien para que todo lo demás funcione. Aporta muchísima claridad.
Si quieres comentármelo o necesitas ayuda, ya sabes que estoy al otro lado.
Ya te adelanto que voy a crear un espacio en redes sociales solo para Bloom where you are planted, para poder escucharte y compartirte más contenido que te aporte. Esta semana te daré más información sobre ello.
Nos leemos pronto. Con cariño, Irene.